Por Dr. Misael Ramirez
IAFCJ, Guadalajara
México
Introducción
La reformación de la justicia desde la pentecostalidad es un tema relevante y desde nuestra vivencia como iglesia pentecostal. En esta lección, exploraremos tres subtemas fundamentales que nos ayudarán a comprender la importancia de este proceso de transformación social desde una perspectiva pentecostal.
En el primer subtema, analizaremos el legado de transformación social que nos dejó la obra redentora de Cristo. No solo se trata de reconciliarnos con Dios, sino también de transformar la realidad social en la que vivimos. La Iglesia Apostólica se une a este llamado a través de la misión integral, demostrando el amor y la justicia de Dios mediante acciones concretas. En esta lección, profundizaremos en la importancia de la participación de la iglesia en la transformación de la sociedad, el papel de los líderes y cómo podemos convertirnos en agentes de cambio en un mundo sediento de justicia.
En el segundo subtema, abordaremos la redención del concepto de justicia. A lo largo de la historia, este concepto ha sido interpretado de diferentes formas, y entenderlo desde una perspectiva bíblica es crucial para abordar distintos aspectos de la vida del creyente. Exploraremos la complejidad de este concepto y buscaremos arrojar luz sobre su redención en el contexto actual.
En el tercer subtema, profundizaremos en la relación entre Pentecostés y la justicia social desde una perspectiva teológica. Basándonos en los Hechos de los Apóstoles y en las profecías de Joel, examinaremos cómo la experiencia del Espíritu Santo desafía los sistemas de opresión y promueve la igualdad y la dignidad para todos los seres humanos. Además, exploraremos cómo esta experiencia demanda una encarnación en el contexto de la misión integral, promoviendo la justicia y la dignidad para los excluidos y oprimidos.
El legado de transformación social
Cada iglesia debe ser relevante en su entorno, entendiendo las realidades sociales y respondiendo de manera estratégica y amorosa. Esto incluye familiarizarse con las necesidades sociales de la colectividad donde está inmersa. Dios llama a cada congregación a transformar a su comunidad. No es suficiente llevar a cabo ministerios de «alivio social» (la caridad, dar pan y vestido al hambriento, etc.). No disminuimos su importancia, pero tenemos que ir más allá. La iglesia es llamada a hacer de la transformación social su apostolado. Esto implica reconocer que detrás de las diferentes necesidades sociales hay necesidades más profundas que no son fáciles de diagnosticar. Y una vez identificadas, es necesario ejercer un liderazgo amoroso, estratégico, servicial, y paciente; no precisamente buscando solucionar directamente la problemática a través de programas asistencialistas, sino dirigiendo, organizando, y acompañando a su comunidad al desarrollo y transformación social.
Es crucial comprender que la esperanza no reside en el gobierno ni en una figura mesiánica, sino en la Iglesia de Jesucristo, que debe ser un faro de valores eternos, esperanza, y aliento. Como «sal de la tierra», la iglesia tiene el deber de confrontar la corrupción y la injusticia en el mundo, demostrando el poder transformador y el amor de Dios a través de sus acciones y testimonio.
Sin embargo, este desafío es enorme y requiere que cada miembro de la iglesia sea capacitado en el desarrollo de una visión social y en el ejercicio de su influencia en la comunidad. Solo así podrán convertirse en practicantes apasionados del ministerio integral y desempeñar un papel estratégico en la transformación social en su entorno local.
Los líderes de la iglesia desempeñan un papel crucial en este proceso de transformación. Son ellos quienes tienen la responsabilidad de guiar y dirigir a sus congregaciones en esta labor de impactar positivamente en la comunidad en la que están inmersos. Deben ser personas comprometidas y apasionadas por la justicia, dispuestas a liderar con sabiduría y amor, y a motivar a sus miembros a involucrarse activamente en la búsqueda de la transformación social.
Además, es necesario que los líderes estén continuamente formándose y capacitándose en el tema de la justicia social. Deben tener un profundo entendimiento de las diferentes problemáticas sociales y de cómo abordarlas desde una perspectiva bíblica. Esto les permitirá orientar a sus congregaciones hacia acciones concretas y efectivas que contribuyan a generar un cambio real y duradero en la comunidad.
La labor de transformación social de la iglesia no es algo opcional o secundario. Es parte esencial de nuestra identidad como seguidores de Jesucristo y como su cuerpo en la tierra. Nuestra fe nos llama a ser agentes de transformación en un mundo que clama por justicia y por el amor de Dios manifestado a través de nuestras acciones.
Por tanto, es necesario que quienes aspiran a ejercer un liderazgo en la Iglesia asuman su responsabilidad en liderar a sus congregaciones en esta labor de transformación social. Que se conviertan en verdaderos instrumentos del amor de Dios, inspirando a otros a unirse en esta tarea, y trabajando incansablemente por la justicia y la dignidad humana en nuestras comunidades. Con la guía de Dios y el poder transformador de su Espíritu, podemos marcar una diferencia significativa en el mundo que nos rodea.
Redención del concepto justicia
La enseñanza bíblica, plasmada en Mateo 6:33, nos exhorta a buscar en primer lugar el reino de Dios y su justicia. Al igual que con el concepto de misericordia, explorado desde su raíz hebrea y su evolución a lo largo de la historia, considero que una de las razones por las que la iglesia y los cristianos dedican poco tiempo al tema de la justicia social radica en una deficiente comprensión de dicho concepto.
Me gusta enseñar que quienes deseen ahondar en el estudio de las Escrituras, deben contar por con lo menos tres versiones bíblicas diferentes, de estilo de traducción diferente, un buen diccionario bíblico-teológico y una exhaustiva concordancia. No podemos limitarnos a interpretar la Biblia exclusivamente desde nuestra lengua materna; es necesario sumergirse profundamente en los conceptos bíblicos, considerando el idioma y el contexto en los que fueron originalmente escritos.
Debemos tener presente que el concepto de justicia tiene, al menos, tres acepciones principales que son usadas en la Biblia. La primera tiene que ver con la justificación, es decir, la actividad salvífica, misericordiosa y amorosa de Dios por el hombre, por la cual, por gracia, somos aceptos por el Padre, no por nuestros méritos sino por los méritos de Cristo. La segunda acepción tiene que ver con la rectitud moral, que explicaré más adelante, y la tercera acepción tiene que ver con la justicia social. Aunque este último concepto ha sido ensuciado por la ideología progresista actual y su marxismo cultural, me refiero a este término con una definición más amplia, entendido desde el concepto hebreo «Jesed» que ya hemos estudiado ampliamente.
Es interesante observar cómo en el Antiguo Testamento la justicia está relacionada con el amor y la compasión. De hecho, la justicia y la misericordia a menudo son mencionadas juntas, tal y como nos lo señala el profeta cuando dice: «hacer justicia y amar misericordia…» (Cf. Sal. 33:5; 85:10; Prov. 21:21). No se concibe la justicia, que pertenece al orden religioso, sin amor y sin misericordia.
También podemos observar que en el Nuevo Testamento la justicia es clara en dos direcciones, así como lo presenta Alfonso Ropero (2013):
Ha sido muy difícil para los expertos traducir tsedeq y tsedaqah, ya que son prácticamente sinónimos. Se ha concluido que ambos vocablos apuntan en dos direcciones; uno meramente humano, la justicia que se espera en las relaciones humanas a nivel personal y comunitario; y otro, la justicia que corresponde a la relación entre Dios y su pueblo, mediada por la > Alianza, que a la vez debe regir dentro de la comunidad entre sus distintos miembros como expresión viva de esa justicia recibida de Dios, por él y para los suyos.
En Israel, el concepto de justicia no se entiende meramente como una virtud social abstracta, sino como una forma de vida que proviene de Dios y que regula todas las interacciones humanas. La ausencia de justicia es entendida como un motivo de juicio y condenación para toda la sociedad, lo que resalta la importancia que tiene su práctica en los asuntos sociales.
La tercera acepción, la social, a la que me referí anteriormente, es la que en mi opinión, siempre parece estar connotada en los textos de la Biblia. En los textos bíblicos, la justicia se relaciona con su dimensión social, lo que se evidencia en la exhortación del profeta mesiánico de «aprender a hacer el bien; buscar el juicio, restituir al agraviado, hacer justicia al huérfano y amparar a la viuda» (Is. 1:10–20 RVA60). Este pasaje, bastante conocido, indica que la falta de justicia hacia los más vulnerables es una de las principales razones por las que Dios rechaza los sacrificios y las ofrendas, y llama al pueblo a estar a cuentas para que los pecados rojos como el carmesí pasen a ser como blanca lana, apuntan directamente a la falta de justicia al huérfano y a la viuda.
Asimismo, hay otros textos en la Biblia que destacan este mismo llamado divino a la justicia social, como Jeremías 5:28 que reprende a aquellos que «no juzgaron la causa, la causa del huérfano; con todo, se hicieron prósperos, y la causa de los pobres no juzgaron». Yahvé hace el llamado por medio del profeta a «Haced juicio y justicia, y librad al oprimido de mano del opresor, y no engañéis ni robéis al extranjero, ni al huérfano ni a la viuda, ni derraméis sangre inocente en este lugar» (RVA60).
El profeta Ezequiel también hace una lista bastante amplia de las características de un justo (Ezequiel 18:5–9), que finalmente aterriza en la conocida frase «El alma que pecare, esa morirá». Evidentemente, este es el terrible rumbo de la práctica de cualquier pecado, pero destaca que el profeta se enfocara en el pecado de injusticia tanto de comisión como de omisión.
Cabe destacar, que estos llamados no solo los encontramos en el Antiguo Testamento, sino también en el Nuevo. La justicia social es un tema que atraviesa toda la Biblia, y se manifiesta en la vida y enseñanzas de Jesús, quien dedicó gran parte de su ministerio a enseñar sobre el amor y la justicia hacia los más necesitados. Incluso en su sermón del monte, Jesús mencionó «bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados» (Mateo 5:6), lo que muestra que la preocupación por la justicia social es una de nuestras más profundas necesidades espirituales.
Para entender mejor este concepto de justicia, debemos recurrir a la definición del jurista romano Domicio Ulpiano, quien la define en su obra Instituciones, como «la eterna y perpetua voluntad de darle a cada uno lo suyo». Es decir, el ser humano es un ser viviente, racional, volitivo, libre, social, con la capacidad de moverse y con otras capacidades, como la de llevar a cabo actos religiosos, de manera consciente. Si quiero ser justo, significa que tengo que concederle al otro lo suyo; darle al hombre lo que es del hombre. Promover su derecho a seguir siendo lo que es, para que pueda desarrollar su naturaleza, lo que Aristóteles llama «actualizar sus potencias». Desde esta perspectiva, la idea de justicia implica no solo promover los derechos de los demás y liberarnos de la opresión, sino también tratar a los demás de manera justa y buscar el bienestar general. Tomás de Aquino, en línea con la tradición aristotélica, sostiene que la justicia implica no solo respetar los derechos de los demás, sino también cumplir con las obligaciones y responsabilidades hacia ellos.
Para ser justo, debo darle al otro su derecho, reconocer sus necesidades básicas y su derecho a satisfacerlas. En otras palabras, si quiero seguir el mandamiento de amar al prójimo como a mí mismo, debo reconocer que el hambre del otro es su problema material, pero también es mi problema espiritual, ya que ningún ser humano merece morir de hambre. No está de más recordar que la misericordia no debe generar dependencia, como lo dice el apóstol Pablo en 2 Tesalonicenses 3:10: «Porque también cuando estábamos con vosotros, os ordenábamos esto: que si alguno no quiere trabajar, tampoco coma«.
Tampoco se trata de apoyar la idea errónea de que de cada necesidad nace un derecho, ni de dar a todos lo mismo sin tener en cuenta el mérito. El principio es «a cada uno lo suyo» o lo que le corresponde. Esto implica que los reconocimientos también van en proporción al mérito, ya que «cada uno recibirá su recompensa conforme a su propia labor» (1 Cor. 3:8).
He reflexionado sobre las posibles razones por las cuales tanto los lectores de la Biblia como los teólogos tienen una visión limitada del concepto de justicia. Este concepto, como hemos visto, es muy amplio y rico, y no puede ser reducido a una sola palabra o sinónimo. Como lo expresa Ropero, A. (2013):
La justicia es para los semitas un atributo divino, por eso es siempre «justicia de Dios». Es el «Bien» que Dios es y que Dios quiere para todos, especialmente para los más débiles y desprotegidos de la sociedad. Significa por tanto justicia para el oprimido, liberación, salvación, misericordia, vocablos todos pertenecientes al campo semántico de tsedeq, «justicia», estrechamente relacionada con la bondad y compasión. Un acto de justicia es propiamente liberar al oprimido, ayudar al huérfano y a la viuda, socorrer al pobre contra sus opresores. El inocente, que es víctima de la opresión de los poderosos, es llamado «justo» (Am. 2:6; 5:12)
Considero que una de las razones que contribuyen a la interpretación reduccionista del concepto de justicia tiene relación con la influencia de la traducción inglesa King James y la influencia de misioneros y comentaristas anglosajones. Dentro del Sermón del Monte, el término justicia (Mt. 5:6, 10, 20; Mt. 6:1, 33) se utiliza en varias ocasiones. Sin embargo, esta versión anglosajona lo traduce como righteousness, palabra que puede entenderse como «rectitud» o «justicia». Es importante destacar que righteousness se emplea para describir la cualidad o estado de ser justo o recto en pensamientos, palabras y acciones. Proviene del antiguo inglés «rihtwīss», donde «riht» significa «correcto» o «derecho», y «wīsnes» se refiere a «sabiduría» o «inteligencia».
Originalmente, el término righteousness se relacionaba con la sabiduría y la inteligencia en la conducta moral. En el contexto religioso, se utiliza para representar a una persona que es considerada justa o virtuosa a los ojos de Dios o que sigue los preceptos de una determinada fe. Esto último es notable cuando se interpreta que el «perseguido a causa de la justicia» es solamente aquel que es perseguido por predicar la salvación y casi nunca por aquellos que luchan por la justicia al mantener una denuncia profética en contra de cualquier sistema de opresión político, social e incluso religioso. Todo cristiano debe ser pacificador, pero también todo cristiano debe esperar oposición al luchar por la justicia en toda su dimensión.
En la tradición de pensamiento semita, se destaca la importancia de la otredad, que normalmente se representa mediante figuras como el huérfano, la viuda y el extranjero. Estas son las personas más vulnerables de la sociedad, a menudo desprotegidas y afectadas por injusticias. Los profetas lamentan esta actitud social, como podemos ver en el siguiente pasaje: «Hasta la gente común oprime a los pobres, les roba a los necesitados y priva de justicia a los extranjeros» (Ezequiel 22:29, NTV).
La justicia social es el principio fundamental de esta visión de la otredad. La idea es que la comunidad se construye en torno a este concepto, entendiendo que la democracia y la patria se basan en el otro, no en uno mismo. Ser patriota implica reconocer la categoría del otro y construir comunidad con aquellos que son diferentes a nosotros. Esto debe llevarse a la práctica, ya que amar al prójimo implica necesariamente amar la diferencia y considerar las necesidades de aquellos que no se parecen a nosotros. Si solo amamos a aquellos que son similares a nosotros, en realidad nos estamos amando a nosotros mismos.
Como podemos observar, es necesario ampliar nuestra comprensión de la dimensión de la justicia en las acepciones presentadas. Debemos superar las limitaciones de interpretación y entender que la lucha por la justicia no se limita a la predicación de la salvación, sino que también implica una denuncia profética de sistemas opresivos en todos los ámbitos de la vida. Además, debemos abrazar el principio de la otredad, priorizando la atención y la justicia hacia aquellos que son los más vulnerables en nuestra sociedad. Al hacerlo, estaremos construyendo una comunidad basada en la justicia social y el amor hacia el prójimo.
Pentecostés y justicia social
Tomando como base para la reflexión teológica el segundo capítulo del libro de los Hechos de los Apóstoles, un pasaje considerado como la matriz desde la cual se articula la espiritualidad pentecostal y enfatiza la actualidad de los dones del Espíritu Santo, se propone leer esta experiencia del Espíritu no únicamente teniendo como punto referencial este capítulo, sino también lo expuesto por el profeta Joel. El apóstol Pedro relaciona la experiencia del bautismo del Espíritu Santo en el día de Pentecostés con lo prometido por el profeta:
28Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. 29Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días (Joel 2:8-9 RVA60).
Esta promesa debe orientar nuestro entendimiento del contenido liberador del Espíritu. Antes del cumplimiento de esta promesa, el Espíritu de Dios venía especialmente sobre personajes con una asignación específica como los profetas, los jueces, los reyes y los sacerdotes. Pero ahora la promesa es para toda carne. Llama la atención que esta promesa está hecha para todo el género humano con especial énfasis en los excluidos y oprimidos.
Según el profeta Joel la venida del Espíritu está prometida sobre toda carne en todas las esferas sociales sin hacer distinción de raza, edad y género. Una promesa inclusiva que abarca a los niños, ancianos, mujeres y esclavos; una promesa que desafía a los diferentes sistemas de opresión como el adultocentrismo en el que generalmente se fundan las sociedades, el machismo que tantas injusticias contra las mujeres ha perpetuado, pues el profeta no repara en enfatizar a ambos sexos en dos ocasiones; también desafía el racismo que está presente en el mundo más de lo que nos gustaría reconocer y el clasismo con su idea de que hay personas que son más importantes que otras, puesto que de la promesa también son receptores los esclavos y las esclavas. Es evidente que esta promesa del Espíritu libera de cualquier sistema de opresión que el ser humano haya edificado.
Esta experiencia del Bautismo en el Espíritu exige encarnarse en el contexto de la misión integral para, desde esta realidad concreta, dar testimonio de todo el consejo de Dios a todos los seres humanos, incluyendo a los pobres. La vinculación del Espíritu con la misión integral se convierte en una premisa fundamental de la vivencia de la iglesia.
Es interesante destacar que el pentecostalismo actual, también conocido como la «lluvia tardía», tuvo sus orígenes históricos y su desarrollo entre los pobres y los oprimidos. Fue en estos espacios donde aquellos que no tenían voz encontraron empoderamiento, abriéndose paso en una sociedad que los excluía. En las iglesias pentecostales, los pobres y los excluidos recuperan la palabra y adquieren conciencia de su dignidad como seres humanos, al sentirse vistos y amados por Dios. A través de esta experiencia, no solo de saber, sino la experiencia mística de sentir que el Espíritu de Dios les ha escogido para hacer morada en Ellos y darles un nuevo comienzo en una nueva vida que ahora enfrentarán con la acción y poder del Espíritu. Definitivamente en términos generales, el pentecostalismo ha sido una bendición para Hispanoamérica. Rodolfo Blanck (1996) desde su mirada externa al pentecostalismo destaca este elemento importante de desarrollo:
A su manera el pentecostalismo ofrece a los pobres y oprimidos del tercer mundo mecanismos para ayudarles a contender con las fuerzas deshumanizantes. En muchas partes de América Latina, donde las estructuras tradicionales están en proceso de desintegración, el pentecostalismo ofrece una vida estructurada, a veces jerárquica, pero necesaria. […] el pentecostalismo cumple con una importante labor social cuando le ofrece al oprimido un mecanismo para expresar su solidaridad y su valor como ser humano.
Esta nueva realidad les empodera hasta tal punto que, a pesar de vivir en situaciones de miseria material, pobreza, subempleo, hambre, analfabetismo y marginación social, y a pesar de ser objeto de violaciones sistemáticas de sus derechos, estas personas pasaban incluso de ser consideradas la escoria de su comunidad a convertirse en líderes sociales dentro de sus respectivas comunidades (1 Cor. 1:27-31). Transmitían un mensaje poderoso de esperanza en un futuro mejor, de superación de temores y sufrimientos, un mensaje de salud y paz en todas las dimensiones de la vida. Darío López (2014) citando a Villafañe, se refiere a este empoderamiento al explicar:
Una afirmación básica es que el Dios de la Biblia, siendo el Dios de la vida que ama y defiende la vida, libera de todas las opresiones. En consecuencia, para un pentecostal que ha sido liberado por el Dios de la vida de las cadenas de opresión que lo mantenían postrado en condiciones infrahumanas, no tiene que resultar extraño afirmar que la defensa de la dignidad de todos los seres humanos como creación de Dios, viene a ser una forma de vivir en el Espíritu. Así, más que una simple liberación de las “cadenas espirituales”, la praxis pentecostal tiene como horizonte misionero una liberación integral que hace a los “andrajosos sociales”, ciudadanos plenos; a los “sin voz”, actores sociales y políticos; a los indefensos, artesanos de la paz; a los oprimidos, pregoneros de la justicia de Dios. Tiene que ser así, entre otras razones, «porque la iglesia pentecostal debe verse a sí misma no solo como un locus para la liberación personal, sino también como un locus para la liberación social», ya que «la misión de la iglesia incluye el compromiso de librar una lucha de poderes contra las estructuras de pecado y de maldad» (Villafañe 1996:173).
Uno de los cimientos fundamentales de la teología de la liberación es la opción preferencial por los pobres. Sin embargo, surge una cierta ironía en América Latina, donde los teólogos de la liberación han optado por los pobres, mientras que los pobres han optado por el pentecostalismo (Dario, L. 2014). El pentecostalismo, en contraposición a la teología de la liberación, no se presenta como una teología elaborada para los pobres, sino que surge de los propios pobres, quienes no optan por los pobres, sino más bien por sus propios intereses (Fletcher, J. & Ropero, A., 2008). El pentecostalismo surge del corazón de la lucha por la supervivencia personal basada en la fe en la intervención sobrenatural de Dios. Es importante que las nuevas generaciones de pentecostales, aunque se encuentren en una situación muy diferente, no olviden las carencias presentes en los inicios históricos del pentecostalismo.
Hasta ahora hemos hablado acerca de la dirección que encontramos en la Biblia sobre la naturaleza transformadora del Espíritu, que restaura tanto a las personas como a las comunidades. Sin embargo, debemos ser conscientes de que el pentecostalismo es constantemente criticado por su poco interés en desarrollar una teología contextual hispanoamericana y por su escasa contribución en el contexto de la preocupación por la igualdad y el cambio social. Existen complejas cuestiones que tienen que ver con la responsabilidad cristiana en áreas determinantes, como la arena política y la defensa de los derechos de los sectores sociales más vulnerables; de los cuales los líderes de las congregaciones pentecostales deberían ser intencionales en su lucha para mejorar estas situaciones.
Es necesario que cambie el rostro público de las iglesias pentecostales. Darío López diserta sobre esta necesidad y teoriza sobre las posibles fallas que estén impidiendo que el pentecostalismo viva su poder transformador.
La otra falla lamentable fue la configuración de un rostro público que hizo parecer a las iglesias y creyentes como extraños en su propia tierra, despreocupados por los asuntos públicos que afectaban por igual a creyentes y no creyentes, justificadores de regímenes opresivos y de políticas económicas que cosificaban a los seres humanos; una grave falla que los llevó a tener poco interés en asuntos críticos como la defensa de la dignidad de todos los seres humanos como creación de Dios, excepto, cuando parecía peligrar la libertad de conciencia y de religión, o cuando estaban en juego los temas vinculados a la ética sexual. (López, D. 2014).
Hace unos años, dando una conferencia a pastores sobre el tema; uno de los compañeros se puso de pie y dijo: “ahora me doy cuenta de que antes de querer pisar las calles de oro, tengo que resolver las calles de lodo”. Este comentario me quedó grabado y le prometí al pastor que lo estaría repitiendo en cada oportunidad que tuviera. Debemos reconocer que uno de los desafíos que enfrentamos es que, en ocasiones, nos enfocamos en preparar a las personas para alcanzar el cielo prometido, pero descuidamos su formación como ciudadanos ejemplares en las comunidades en las que se encuentran. Debemos prepararlos para ser agentes activos e intencionales de la misión integral y de la justicia de Dios en todas sus dimensiones.
Conclusiones
La Biblia nos presenta numerosos versículos que destacan la importancia de la justicia social. Por ejemplo, en Isaías 58:6-7 se nos insta “…pongan en libertad a los que están encarcelados injustamente; alivien la carga de los que trabajan para ustedes. Dejen en libertad a los oprimidos y suelten las cadenas que atan a la gente. Compartan su comida con los hambrientos y den refugio a los que no tienen hogar; denles ropa a quienes la necesiten y no se escondan de parientes que precisen su ayuda.” (NTV) recordándonos que la justicia y la preocupación por los más vulnerables están en el corazón mismo del mensaje bíblico pues es evidente que la opción preferencial por los pobres es un compromiso evangélico en congruencia con la causa del Reino de Dios. Esto implica no solo preocuparnos por las necesidades materiales de los menos favorecidos, sino también ser voz y defender sus derechos en un sistema que perpetúa la injusticia en todos los sentidos: económica, política, discriminación, la violencia y la degradación humana; por destacar algunos para así, lo embajadores del Reino trabajemos por crear una sociedad en la que el amor y la justicia sean posibles.
Hemos aprendido que la obra redentora de Cristo no solo nos reconcilia con Dios, sino que también nos llama a transformar la realidad social en la que vivimos. Como apostólicos unipentecostales, debemos reconocer la guía del Espíritu Santo en esta labor y ser agentes de cambio en un mundo que clama por justicia.
Además, hemos reflexionado sobre la importancia de comprender el concepto de justicia desde una perspectiva bíblica. La justicia abarca muchos aspectos de la vida del creyente, como la relación con Dios y con los demás, la moral y la ética, la vida en comunidad y la participación activa en la sociedad. Es crucial entender la complejidad de la justicia y buscar su redención en el contexto actual.
Hemos reflexionado que la justicia social es el principio de la otredad, y la comunidad se conforma en base a ello, pues la democracia consiste en el otro, la patria es el otro; se hace patria y comunidad con el otro y no consigo mismo. La patria no soy yo mismo, ni el grupo que a mí me gusta. Es la categoría del otro. Esto hay que llevarlo a nuestra práctica porque incluso debemos entender que amar al prójimo me lleva necesariamente a amar la diferencia y ver también por la necesidad del que no es como yo, porque si solamente amo al que se parece a mí, en realidad en el fondo, me estoy amando a mí mismo.
Finalmente, hemos explorado la relación entre Pentecostés y la justicia social desde una perspectiva teológica. La experiencia del Espíritu Santo desafía los sistemas de opresión presentes en nuestras sociedades y nos llama a promover la liberación y desarrollo tanto de las personas como de las comunidades. Pentecostés demanda una encarnación en el contexto de la misión integral, testimonio del consejo de Dios y promoción de la justicia para los excluidos y oprimidos.
En conclusión, la reformación de la justicia desde la pentecostalidad es un llamado urgente y necesario en nuestro tiempo. Como creyentes, tenemos la responsabilidad de involucrarnos en la transformación social, redimir el concepto de justicia y promover la justicia social desde una visión pentecostal. Que este estudio nos inspire y motive a vivir una fe comprometida con la justicia divina, siendo agentes de cambio en nuestra sociedad.
Bibliografía
Ropero Berzosa, A., ed. (2013). En Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia (2a Edición). Editorial CLIE.
Blank, R. (1996). Teología y Misión en América Latina. Concordia.
López, D. (2014). Pentecostalismo y misión integral. Teología del Espíritu, teología de la vida. Centro de Investigaciones y Publicaciones (CENIP)- Ediciones Puma.
Fletcher, J., & Ropero, A. (2008). Historia general del cristianismo del siglo I al siglo XXI. Editorial CLIE.
Padilla, C. R. (2009). El proyecto de Dios y las necesidades humanas. Kairós.
Sobre el autor
El pastor Misael Ramírez, psicólogo clínico con más de 13 años de experiencia y graduado de la Universidad de Guadalajara, ha enriquecido su formación académica con una licenciatura y maestría en Teología por la Universidad Teológica CCM. Profundizó su especialización con una maestría en Derechos Humanos y Libertad Religiosa por la Universidad de las Américas y actualmente está inmerso en estudios doctorales en Teología y Filosofía a través de la Universidad de Estudios y Capacitación Humana (UNECH).
Autor del conocido libro «Psicoterapia Pastoral, Técnicas Mentoría prematrimonial y homosexualidad» y otros textos, Misael Ramírez armoniza sus conocimientos en psicología y teología sirviendo como pastor principal de la 7a Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo Jesús en Zapopan. Cumple funciones como secretario distrital de su denominación, es el presidente del Consejo Interreligioso de Jalisco y vicepresidente de las Sociedades Bíblicas de Jalisco, además de encabezar la atención a la iglesias evangélicas desde la Unidad de Vinculación de Asuntos Religiosos del gobierno municipal de Zapopan.