Mgr. Eleuterio Uribe
Una Exégesis de Hechos 2:1-41
Ponencia presentada en el Encuentro de Teólogos Unitarios y Trinitarios, del 6 al 8 de abril del 2016, Organizado por la Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo Jesús, IAFCJ, y la Red Latinoamericana de Estudios Pentecostales, RELEP.
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Por Eleuterio Uribe Villegas *
“Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3:11)
INTRODUCCION
Sin duda alguna, el centro teológico del Nuevo Testamento es el tema de la muerte y resurrección de Cristo, como el acontecimiento salvífico por excelencia de la gracia de Dios manifestada en favor de la humanidad. No obstante lo anterior, el tema del Espíritu Santo es el ingrediente más cercano al tema de la muerte y resurrección de Jesús. Es decir, el Espíritu Santo es cristocéntrico. Esto no hay que perderlo de vista a la hora de analizar exegéticamente el derramamiento del Espíritu Santo el día del Pentecostés narrado en Hechos 2:1ss., si queremos que nuestro análisis logre dar en el blanco en sus resultados interpretativos; algo que pretendemos en este breve escrito.
Además, debemos establecer que, aunque ciertamente Pedro aparece en el texto de Hechos 2, como el primer intérprete del Pentecostés, es importante señalar que no es el único, que la misma redacción de Lucas nos ofrece también ya una interpretación de lo que significó la experiencia del Espíritu Santo para la vida, fe, identidad, doctrina, salvación, multiplicación, ministerio y misión de la iglesia; razón por la cual Lucas escribe el libro de los Hechos. Es decir, su interés no es histórico solamente, sino teológico también, quiere explicarnos cómo marcó el Espíritu Santo la identidad, fe y misión de la iglesia desde su derramamiento en Jerusalén, y se expandió a todo el mundo conocido de entonces.
A todo lo anterior se suma la teología del Espíritu de Pablo, del cual pudo ser que el mismo Lucas haya dependido teológicamente para su propia interpretación en muchos aspectos, pues como todos sabemos, fue compañero de Pablo en algunos de sus viajes misioneros, donde seguramente se empapó de muchas de las ideas teológicas del apóstol acerca del Espíritu Santo. De hecho, gran parte de las Epístolas de Pablo y también del Nuevo Testamento se nutren teológicamente de la revelación acontecida en el día del Pentecostés con el derramamiento del Espíritu Santo.
En este rastreo exegético nos enfocaremos en señalar la importancia que tuvo la experiencia del Espíritu Santo para la comprensión del Nombre de Jesucristo, de lo esencial del nombre para el perdón de los pecados, y para comprender la plena divinidad manifestada en Jesús. Así, pues, nuestro análisis, precisamente, se enfocará en examinar la importancia del Sermón de Pedro, de la narrativa de Lucas y algunos aspectos de la teología del Espíritu hecha por Pablo, en la cual hace referencia constante al Pentecostés como fundamento de su reflexión teológica. Trataremos así de encontrar muchos aspectos de la unicidad y la revelación del nombre como el fundamento apostólico por excelencia en la predicación de las buenas nuevas.
I. Hechos 2:1-41, nuestro punto de partida
- ¿Qué quiere decir esto?
Tal y como le pasó a la multitud reunida por el estruendo, el viento recio y las lenguas repartidas como de fuego el día del Pentecostés, que se preguntaron sobre lo que oían y miraban: ¿qué quiere decir esto?, creo que también nosotros seguimos preguntándonos lo mismo, tratando de captar todo el significado y la revelación que Dios nos quiere entregar como iglesia, precisamente, desde el día del Pentecostés hasta hoy, y que actualiza de nueva cuenta a través de los avivamientos pentecostales que en esta época moderna Él sigue enviando.
La necesidad de captar el significado está articulado con el deseo ardiente de serle fieles a Dios, y para ello tenemos que volver a poner nuestros ojos y oídos a la revelación de Dios entregada a la iglesia el día del Pentecostés y restaurada hoy con los avivamientos pentecostales de nuestro tiempo. Pues, la historia y la Biblia nos han demostrado que dicho acontecimiento nos fue dado como una fuente inagotable de revelación a la que hasta hoy podemos seguir acudiendo y encontrar nuevas líneas de significado y aplicación a nuestro contexto actual, que nutren a la iglesia de poder y sabiduría para llevar a cabo la misión de Dios en este mundo hambriento de significado verdadero.
- Relato del día del Pentecostés: breve análisis literario
El relato del día del Pentecostés se encuentra enmarcado en el pasaje de Hechos 2:1-41. Es evidente que este pasaje pertenece al género literario conocido como relatos de vocación, que normalmente estaban acompañados de manifestaciones teofánicas, con las cuales Dios mismo revelaba a sus siervos, o a su pueblo, su carácter y su divinidad absoluta como el único Dios de Israel, también sus planes y propósitos, luego llamaba a sus siervos a cumplir una misión divina y los enviaba, dándoles garantías de que iría con ellos para darles éxito en el cumplimiento de la misión. Estas manifestaciones sobrenaturales de Dios a veces eran en forma humana, angelical, o a través de elementos de la naturaleza, con la finalidad de llamar, vocacionar y enviar a desarrollar una misión especial a uno de sus siervos, o a su pueblo mismo.
Ahora, bien, a fin de comprender y analizar lo más adecuadamente posible lo sucedido el día del Pentecostés, de donde queremos partir, y tratar de penetrar en algunos de sus significados más esenciales para nuestra identidad pentecostal, empezaremos primero por observar que Hechos 2:1-41 nos presenta a tres interlocutores presenciales que dialogan sobre el significado del pentecostés como evento teofánico: el Espíritu Santo, el apóstol Pedro y la Multitud que se reúne ante el estruendo teofánico del derramamiento del Espíritu, que es la nueva forma en que Dios llama y convoca para ser escuchado, revelar su divinidad y vocacionar para una misión a su pueblo, como en los relatos de vocación del Antiguo Testamento.
SECCIONES DE DIALOGO | RESPUESTAS |
1. Dios llama a través de señales teofánicas como el viento, el ruido, el estruendo, las lenguas en distintos idiomas, el fuego y la voz de Dios desde el fuego. | La multitud se pregunta ¿Qué quiere decir esto? |
2. Pedro interpreta el suceso teofánico apelando a la profecía de Joel | La multitud queda compungida de corazón y pregunta ¿Qué haremos? |
3. Pedro los llama al arrepentimiento y al bautismo invocando el nombre de Jesucristo para perdón de pecados | Tres mil personas de la multitud se bautizan invocando el nombre de Jesucristo y son añadidas a la iglesia |
Es claramente visible con lo arriba expuesto, que la primera sección nos muestra que el iniciador de todo el diálogo que se va a desarrollar en todo el relato del día del Pentecostés es el Espíritu Santo mismo, que como el Dios único y universal quiere revelarse, formar un pueblo para su nombre y vocacionarlo para una misión universal. Así, Dios mismo al manifestarse con señales teofánicas de ruido, estruendo, viento recio, fuego y su voz desde el fuego a través de las lenguas, que se convierten por sí sola en una convocatoria divina, convoca a la multitud a escuchar su voz. Así, en respuesta a esta convocatoria divina, la multitud acude al lugar y una vez se encuentra frente al evento divino reacciona con una pregunta existencial y teológica, para ellos de primerísima importancia: ¿Qué significa esto? Esta primera sección representa el primer diálogo del pasaje que se da entre Dios mismo y la multitud, primeros interlocutores del relato, lo cual nos brindará elementos para fundamentar la unicidad divina.
En la segunda sección, Pedro entra como interlocutor del diálogo y responde dando un mensaje en el cual explica ¿Qué es lo que significa lo que está sucediendo ahí?, basado en la Escritura profética de Joel. Apóstoles y profetas se unen así en una misma voz para explicar el Pentecostés como la manifestación misma de Dios que desciende para poner un fundamento cristológico a la existencia de la iglesia, a la obra salvífica y a la misión universal de predicar el nombre de Jesucristo para el perdón de los pecados hasta lo último de la tierra. A esto la Multitud reacciona compungida de corazón, porque ellos entendían ahora que habían reprobado el fundamento de la salvación puesto por Dios, el cual es Jesucristo, entonces preguntan inmediatamente ¿qué haremos? en este marco de ideas, esta sección nos brindará elementos importantes de la gracia de Dios acontecida en Jesucristo, y el acceso a ella invocando su nombre para perdón de los pecados, y llevando su nombre para salvación a todas las personas hasta los confines del mundo.
En la tercera sección, Pedro hace un llamamiento a dar el paso de Arrepentimiento y bautismo en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados. La reacción de la multitud: tres mil personas son bautizadas invocando el nombre de Jesús.
Lo anterior, pues, nos servirá para desarrollar este escrito y fundamentar la propuesta de que el derramamiento del Espíritu Santo el día del Pentecostés tenía como uno de sus propósitos principales la revelación del Nombre que es sobre todo nombre, así como también la revelación de la plenitud de la divinidad en Jesucristo como el único Dios verdadero, tal y como lo hizo Yahvé con Israel en el Antiguo Testamento. El Pentecostés tiene, pues, un propósito cristológico vigente, esencial, irrenunciable que debe caracterizar su identidad.
II. El Pentecostés, un nuevo Sinaí
Lucas empieza narrando el derramamiento del Espíritu Santo con señales que tienen como trasfondo la manifestación de Dios en el Sinaí. El ruido, el estruendo, las lenguas, el fuego y la voz de Dios que se oye desde el fuego, son señales teofánicas que acontecieron en el Sinaí, pero que ahora acontecen en el derramamiento del Espíritu Santo el día del Pentecostés. Lucas las escribe, precisamente, para decirnos así que el Pentecostés es un nuevo Sinaí, y que para comprender todo su significado hay que analizarlo a la luz de dicha teofanía que representa en el Antiguo Testamento la manifestación misma de Dios a su pueblo, por excelencia.
Sobre esta forma de ver el Pentecostés, García Cordero lo explica muy bien de la siguiente manera:
Es probable que este hecho de Pentecostés haya sido coloreado en su presentación literaria con el trasfondo de la teofanía del Sinaí y quizás también con la de la confusión de lenguas en Babel, a fin de hacer resaltar más claramente dos ideas fundamentales que dirigirán la trama de todo el libro de los Hechos, es a saber, la presencia divina en la Iglesia (v.1-4) y la universalidad de esta Iglesia, representada ya como en germen en esa larga lista de pueblos enumerados (v.5-13). El trasfondo veterotestamentario se dejaría traslucir sobre todo en las expresiones “ruido del cielo…, lenguas de fuego como divididas., oía hablar cada uno en su propia lengua,” máxime teniendo en cuenta las interpretaciones que a esas teofanías daban muchos rabinos y el mismo Filón.
Bernardo Campos, teólogo pentecostal peruano lo observa de la siguiente forma:
Hay una relación de estas palabras de Jesús con la promesa del Padre en el Sinaí y la dación de la Ley y que ahora Jesús retoma como haciéndola suya. En el AT el Padre le dijo a Moisés que prepare al pueblo y le ordene que se purifique, porque en los próximos tres días lo visitaría. Se revelaría con poder. Efectivamente, al tercer día el Padre se manifestó con estruendo al pie del Sinaí.
Por supuesto, sabemos que Lucas escribió varios años más tarde de cuando el derramamiento del Espíritu Santo sucedió, por ello es fácil ver que lo hace, no sólo como historiador, sino también como teólogo, pues, tuvo el tiempo suficiente, y la revelación del Espíritu Santo, para reflexionar y entender el significado teológico acontecido en Pentecostés, y su importancia para la iglesia y el mundo. Lo anterior lo explica muy bien el autor del Comentario Bíblico Mundo Hispano, Tomo 2, cuando dice:
El libro de Los Hechos —ya no como un documento que nos ofrece un reportaje vivo— es el trabajo de un historiador que reflexiona, varios años más tarde, sobre los acontecimientos para descubrir su sentido.
Luego, entonces, nos preguntamos, debido a lo anterior ¿qué sentido o significado descubrió Lucas en el Pentecostés a la luz del Sinaí? ¿Será posible redescubrirlo hoy? Creemos que sí, pero lo vamos a examinar en el siguiente apartado de este texto.
III. Dios de Sinaí manifestado en Pentecostés
Es totalmente evidente en el libro del Éxodo que tanto el libro mismo como la teofanía del Sinaí están escritos para mostrarnos la manera en que Dios descendió para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, para tener un encuentro con él, hacer pacto con ellos, habitar en medio de ellos, vocacionarlos para una misión, y darles garantías de que iría con ellos para darles éxito. Esto es exactamente lo que sucedió el día del Pentecostés: Dios mismo desciende del cielo de nueva cuenta, para hacer un nuevo pacto con su pueblo, habitar en medio de ellos, vocacionarlos para una misión universal y que ellos llevaran su nombre a las naciones. Observe los siguientes pasajes sobre estas afirmaciones;
Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo. (Éxodo 3:7-8; énfasis mío)
16 Aconteció que, al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento. 17 Y Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios; y se detuvieron al pie del monte. 18 Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera. (Éxodo 19:16-17; énfasis mío)
Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos. (Éxodo 25:8; énfasis mío)
Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo. Y no podía Moisés entrar en el tabernáculo de reunión, porque la nube estaba sobre él, y la gloria de Jehová lo llenaba. Y cuando la nube se alzaba del tabernáculo, los hijos de Israel se movían en todas sus jornadas; pero si la nube no se alzaba, no se movían hasta el día en que ella se alzaba. Porque la nube de Jehová estaba de día sobre el tabernáculo, y el fuego estaba de noche sobre él, a vista de toda la casa de Israel, en todas sus jornadas. (Éxodo 40:34-38; énfasis mío)
Como puede usted observar, Jehová mismo descendió desde el cielo al monte Sinaí, en medio de ruido, estruendo, viento y fuego, para manifestar su presencia en él. Luego desciende en una nube y en columna de fuego con toda su gloria desde el monte Sinaí hasta el Tabernáculo. El mismísimo Dios de Israel estaría morando en medio de su pueblo y los acompañaría hasta la tierra prometida. Tener la presencia de Dios en medio de ellos era una de las experiencias que hacía que Israel entendiera lo especial que eran como pueblo a los ojos de Dios, en medio de los demás pueblos.
Lucas narra el Pentecostés en ese orden de ideas: el derramamiento del Espíritu Santo no es otra cosa que el nuevo descenso del Dios de Israel con ruido, estruendo, viento recio, lenguas, fuego y su voz que se oye de en medio del fuego, para habitar en medio de su pueblo, ya no sólo compuesto de Judíos, sino también de todos los pueblos de la tierra, luego vocaciona a la iglesia para predicar su nombre a las naciones. Lo anterior, Pablo mismo lo interpreta muy bien en algunas de sus cartas, donde para él, el único Dios de Israel, en el Pentecostés, descendió para hacer su morada en Espíritu en medio de su iglesia:
¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? (1 Corintios 3:16)
20 “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, 21 en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; 22 en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2:20-22; énfasis mío).
Gordon D. Fee analiza, precisamente, este texto paulino, diciendo:
Pablo vincula específicamente al Espíritu con la imaginería del templo en el contexto de la presencia del Espíritu entre el pueblo de Dios. Así es como el Dios vivo está ahora presente con su pueblo; esto se expresa de manera especialmente clara en Efesios 2:22: la Iglesia está siendo erigida para ser un templo santo en el Señor, en la que los creyentes son «juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu«. (Énfasis mío)
Para Pablo, el pentecostés no fue otra cosa que el descenso de Dios para morar en Espíritu en medio de su iglesia y hacer de ella un templo santo para el Señor. A partir de pentecostés la iglesia es el templo del Espíritu Santo, es la morada del Dios de Israel en Espíritu, tanto en los corazones de los creyentes en forma individual; como también en forma colectiva en medio de la iglesia.
IV. Revelación divina del Sinaí en Pentecostés
Ahora bien, en el Sinaí Dios demostró su absoluta divinidad mostrando su plena soberanía y señorío sobre los elementos de la naturaleza como el mar, la nube, el fuego, el viento, el humo, el estruendo, las plagas, el monte que temblaba, etc., pues todas ellas se sujetaron a su voluntad como fieles servidoras de sus decisiones, planes, poder y gobierno, obedeciendo lo que Dios con su palabra ordenó que sucediera. Incluso, demostró su plena soberanía y señorío sobre la misma historia y la vida del ser humano. Él cambió el rumbo de la vida de Israel, de la esclavitud y lo llevó a ser un pueblo libre, pueblo de Dios. Él se acordó que lo había prometido a Abraham, y en cumplimiento a su palabra, cambió la historia dándole el rumbo que sus promesas habían determinado para su pueblo: la salvación de la esclavitud y un pueblo que pertenecía al verdadero Dios, para que de esta manera fuera testimonio de su divinidad, señorío y de que no hay otro nombre como su nombre en toda la tierra.
Este conocimiento de la unicidad divina de Jehová y de la revelación de su nombre, no lo debían olvidar, y lo debían trasmitir a las siguientes generaciones. De fallar en esto, fracasarían como pueblo de Dios y caerían en esclavitud nuevamente, lo cual sucedió. Lamentablemente, ellos se volvieron a otros dioses, invocaron sus nombres y los adoraron, sometieron sus vidas a falsos valores morales y espirituales y la tragedia de la esclavitud volvió a ellos. Por eso Dios había sido tan enfático al revelarles su plena y absoluta divinidad, y encargarles trasmitir a las siguientes generaciones este conocimiento de Jehová como el único Dios verdadero:
1 Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: 2 Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. 3. No tendrás dioses ajenos delante de mí. 4 No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. 5 No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, 6 y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos (Éxodo 20:1-5)
4 Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. 5 Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. 6 Y estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu corazón; 7 y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. 8 Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; 9 y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas. (Deuteronomio 6:4-9)
El Pentecostés vino a reafirmar esa unicidad divina: fuera del Dios de Israel no hay otro Dios. Por eso se reveló con las mismas señales teofánicas para reafirmarse como el único Dios verdadero, y como es el único Dios, entonces revelarse como un Dios universal. El viento fuerte, el estruendo del cielo, las lenguas, el fuego, la voz divina a través de las lenguas de fuego, donde las personas hablan según el Espíritu les da que hablen, son muestra una vez de la absoluta divinidad del Dios de Israel, que ahora en Pentecostés, de nueva cuenta desciende, ejerce señorío y absoluta soberanía sobre los elementos de la naturaleza, la historia, la vida y la muerte, resucitando a Cristo de entre los muertos, y sobre la salvación, ejerciendo todo el poder salvífico de nueva cuenta a través de su nombre, el cual debe ser invocado para el perdón de los pecados.
Por eso, ahora en pentecostés de nueva cuenta reafirma que todo el que invocare su nombre será salvo. La profecía de Joel de manera literal mencionaba en la Escritura hebrea el nombre de Yahvé (Jehová), en alusión, precisamente, a todo el poder salvífico que Dios había desplegado a través de su nombre en el Sinaí, pero ahora ese despliegue de poder salvífico está en el nombre de Jesús, nombre griego que en hebreo equivale al vocablo Yeshua, que significa “Jehová salva”, la nueva revelación de su nombre sobre todo nombre:
“Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo; porque en el monte de Sion y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual él habrá llamado” (Joel 2:32).
“Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Hechos 2:21)
“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38)
Explicaremos con mayor detalle lo relacionado a su nombre en el siguiente apartado. Pero ya desde aquí podemos ver todo el peso de revelación que tiene el pentecostés visto a la luz de la teofanía del Sinaí.
V. Pentecostés como revelación sinaítica del Nombre
Uno de los interese especiales de Dios al descender al Sinaí fue revelar su Nombre: el Nombre que es sobre todo nombre. Vimos algo de esto ya en el apartado anterior. Primero se lo reveló a Moisés en el episodio de la zarza ardiendo, y le dijo que era necesario que lo diera a conocer a todo el pueblo, y luego, con ese nombre se debía presentar al Faraón y exigir la libertad del pueblo de Israel.
También se lo reveló al pueblo mismo de Israel cuando lo congregó al pie del monte Sinaí. Las primeras palabras de la ley empiezan con la pronunciación de su nombre: “Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto” (Éxodo 20:1). Este versículo muestra a Jehová interesado en revelar tres cosas esenciales de su naturaleza y carácter divino a Israel, las cuales quiere que nunca olviden, sino que trasmitan esta fe e identidad a todas las generaciones:
- Quiere que su pueblo conozca su Nombre, el cual es sobre todo nombre. Por lo tanto, deberán trasmitir esta revelación a todas las generaciones.
- Que lo reconozcan como el único salvador, pues solamente Él fue el que los sacó de tierra de Egipto. Israel no puede adorar a otro salvador ni invocar otro nombre para salvación, porque no lo hay; sólo Jehová. El único fundamento de la salvación de Israel es Jehová. Por lo tanto, sólo el nombre de Jehová deberá invocar para salvación.
- Quiere que no olviden todos los milagros, plagas, señales y maravillas con que los libró de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud, y con las cuales se manifestó en el Sinaí, fue para revelarles que Él es el único Señor, el sólo soberano sobre todos los elementos de la naturaleza, el único que es Dios; y que no hay otro.
Si Jehová lo sacó de la tierra de Egipto, entonces Israel le pertenece a Jehová, no tienen otro nombre a quien invocar para salvación, no hay otro nombre bajo el cielo, sino sólo el nombre de Jehová. Este es el nombre que hizo habitar en el arca de la alianza y en el templo de Salomón como señal de su presencia. Él mismo nombre que Cristo dice tener en Mateo 18:20: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”; nombre que al ser invocado Él se hace presente en medio de su pueblo para bendecirlo, salvarlo y perdonar sus pecados (Énfasis mío. Comp. 2 Crónicas 7:16).
Es, pues, de la interpretación de Éxodo 20:1-4, de donde sale el texto del Shemá:
4 Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. 5 Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. 6 Y estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu corazón; 7 y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. 8 Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; 9 y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas. (Deuteronomio 6:4-9)
Nunca deberían olvidar que sólo Jehová es Dios, que ellos son su pueblo, que el nombre de su Dios es Jehová, y que sólo en Él hay salvación, por tanto, estaban obligados por el conocimiento y la fe en Jehová como el único Dios, Señor y Salvador de sus vidas, a trasmitir a las siguientes generaciones el amor a Jehová de todo corazón, fuerzas y alma, pero para ello primero tenían que desarrollar ese amor ellos mismos en sus corazones. De lograr trasmitir este conocimiento de Jehová como Dios y la revelación de su nombre, dependía de manera especial su éxito o fracaso como pueblo de Dios. Cuando invocaron a otros dioses, terminaron como esclavos en el exilio.
La importancia de la revelación e invocación del nombre en el Sinaí, recorre todo el libro del Éxodo, ya sea como fundamento para liberar como el caso de la zarza ardiendo en el mismo Sinaí, o también para reconocer su absoluta divinidad, señorío y salvación como cuando hizo oír sus mandamientos y luego los escribió en las tablas de la ley, y lo depositó en el arca del pacto. El nombre de Jehová quedó ligado así al pacto, a la revelación de su divinidad, de su salvación al ser invocado y de su señorío. Observe lo siguiente:
13 Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿Qué les responderé? (Éxodo 3:13)
15 Además dijo Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos. (Éxodo 3:15)
16 Y a la verdad yo te he puesto para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra. (Éxodo 9:16)
5 Y Jehová descendió en la nube, y estuvo allí con él, proclamando el nombre de Jehová. 6 Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; 7 que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación. (Éxodo 34:5-7)
¡Qué extraordinario pasaje! Jehová desciende en una nube al monte Sinaí, y lo hace para proclamar su nombre. Aquí el verbo hebreo cará, traducido “proclamar” indica, además, “invocarlo, darlo a conocer, dar a conocer su carácter o su naturaleza a través de su nombre”. ¡Asombroso! Dios descendió al monte Sinaí para dar a conocer su divinidad absoluta, sus atributos y su carácter compasivo, clemente, misericordioso para con su pueblo, a través de la revelación de su nombre. Todo su poder salvífico, su misericordia, clemencia y bondad la ha puesto al alcance de su pueblo a través de su nombre: “Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Éxodo 34:6; énfasis mío). Y resalta esta misericordia y poder salvífico mucho más, debido a que el pueblo había roto el pacto con el pecado del becerro de oro, y ahora, por la intercesión de Moisés, Dios lo renueva, perdonando a su pueblo.
El Pentecostés está narrado de tal forma que evoca también el relato del descenso de Jehová para hacer un nuevo pacto, revelar todo su poder salvífico en su nombre Jesús; nombre que resume toda su misericordia, bondad, gracia, favores y clemencia puestas al alcance de su pueblo para el perdón de los pecados, por lo cual debe invocar ese nombre para apelar a la cobertura de la gracia de Dios, con fe y arrepentimiento. De esta forma la iglesia queda vocacionada para conducir a otros al perdón de sus pecados y a la vida eterna en Cristo Jesús, Nombre sobre todo nombre del Dios vivo y verdadero de Israel; a quien Pedro lo identifica en la narrativa del Pentecostés como el “Señor y Cristo”, y también como “Señor y Dios”:
Sepa, por tanto, con absoluta seguridad toda la casa de Israel que Dios ha hecho Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros crucificasteis. (Hechos 2:36; Biblia Castillian: énfasis mío)
Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. (Hechos 2:39)
Pedro hace un llamado poderoso a la multitud a aceptar con absoluta certeza, ciertísimamente, la identidad de Jesús como “Señor y Cristo”, como aquel en quien toda la divinidad está manifestada en él. Y por si fuera poco, reafirma esa identidad de Cristo como plena manifestación del Dios de Israel afirmando con absoluta certeza que él es el “Señor nuestro Dios”, que habrá de extender el llamado a ser pueblo de Dios a sus hijos, a los que están lejos y a cuantos el quiera llamar hasta lo último de la tierra. Por eso, invocando su nombre en el bautismo como un acto de fe y arrepentimiento, tiene acceso a todo el poder salvífico de Dios, a su gracia y misericordia acontecida en la muerte y resurrección de Jesucristo en favor de toda la humanidad.
Pentecostés es el descenso de Dios, donde de principio a fin, desciende para proclamar su nombre sobre todo nombre, Jesús, e indicar que en la invocación de su nombre se manifiesta todo su poder salvífico por su gracia, misericordia y clemencia. Esa es la exégesis de Pedro utilizando la profecía de Joel. Veámosla a continuación en el siguiente cuadro:
Dios desciende y se inician los postreros tiempos | Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne… (2:17a) |
Se derrama un torrente de dones proféticos | vv. 17b – 18 |
Se anuncian señales escatológicas | vv. 19 – 20 |
Entre el inicio de los postreros tiempos y las señales escatológicas que anuncian el día del Señor, se debe invocar el nombre del Señor para salvación | v. 21“Y será que todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo” |
Jesús es ese nombre con todo el poder salvífico, porque es el Señor y Cristo, y Él es el Señor y Dios que llama al arrepentimiento, perdón de pecados y derrama de su Espíritu sobre toda carne | 36 Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo
39 Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. |
La respuesta de fe de las personas que quieren ser salvas es invocar el nombre de Jesucristo arrepentidas y bautizándose en agua | Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. |
Las personas bautizadas son añadidas a la iglesia, son las que invocan el nombre del Señor, reconocen que Jesús es el Señor y que no hay otro nombre en el que podamos ser salvos | v.41; Comp. 4:11-12. |
Desde el versículo 21 hasta el versículo 41, Pedro demuestra en todo su sermón que Jesús es el único nombre en el cual hay salvación. Es el único que reúne los requisitos de ser el Señor y Cristo (v. 36), y el Señor y Dios (v. 39). De aquí que la frase ¡Jesús es el Señor!, como fórmula de fe para salvación, en realidad fue establecida por el Espíritu Santo desde el día del Pentecostés, Pedro la acuñó por revelación del Espíritu Santo: “¡Jesús es el Señor y Cristo! y ¡Jesús es el Señor y Dios!
Tiempo después, Pablo relaciona esta frase con la invocación del nombre de Jesucristo que se realizaba en la ceremonia del bautismo, como un acto y confesión de fe en la eficacia de la gracia salvífica de Dios acontecida en Jesucristo, para el perdón de nuestros pecados. Observe cómo lo explica Pablo:
9 que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. 11 Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. 12 Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; 13 porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. 14 ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?
El pasaje anterior es extraordinario, todas las frases resaltadas en negritas por mí son frases que se derivan directamente del derramamiento del Espíritu Santo el día del Pentecostés, las cuales me permito anotar nuevamente:
- Frases vv.9-10: “si confesares con tu boca que Jesús es el Señor”; “creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”, “con el corazón se cree para justicia”, “con la boca se confiesa para salvación”; compárelo con el sermón de Pedro en Hechos 2:21-41, donde establece que se debe invocar el nombre del Señor para ser salvo y afirma que ese Señor es Jesucristo, quien fue resucitado de entre los muertos; luego los que lo invocaron fueron los compungidos de corazón.
- Frases del v.12: “el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan”. Compare Hechos 2:21,38-41; así como el derramamiento del Espíritu es para toda carne, la invocación del nombre del Señor es para cuantos el Señor nuestro Dios llamare, Frase que Pedro aplicó a Jesucristo y Pablo aplica también con el término Señor. Así que, como nada más hay un solo Señor, entonces es para judíos y gentiles la promesa y eficacia de la gracia salvífica de Dios al invocar el nombre del Señor (Jesucristo); invocación del nombre del Señor que quedó conectada solemnemente con el bautismo en la exégesis de Pedro del día del Pentecostés (Hechos 2:21,38).
- Frases vv. 13-14: “porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo”, “Cómo, pues, invocarán”, “cómo creerán”, “¿Y cómo oirán si no hay quién les predique?”. Compare con Hechos 2:21,38, y podrá observar que son frases que en el día del Pentecostés aterrizaron en la invocación del nombre de Jesucristo en el bautismo para perdón de los pecados. De hecho, la primera frase tiene directamente palabras de Pedro con las cuales argumento la invocación del nombre de Jesucristo el día del Pentecostés. Pablo lo aplica además para estimular el cumplimiento de llevar el nombre de Jesús a todas las naciones y que puedan invocar su nombre para salvación en todos los lugares.
Extraordinario pasaje de Pablo en Romanos 10:9-14, representa una tremenda exégesis de lo acontecido en el Pentecostés. Presenta a Jesús como “el Señor”, el que posee el nombre que debe ser invocado, y lo presenta como el mismo Dios, que por ser uno y único, es un Dios universal, rico en gracia, misericordia y poder para salvar a judíos y gentiles, a aquellos que con el corazón creen para justicia (Compungidos de corazón), y por eso lo confiesan con la boca.
Ahora bien, el comparativo de la exégesis de Pedro con el descenso de Dios en el Sinaí da el mismo resultado:
1 Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: 2 Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. 3 No tendrás dioses ajenos delante de mí. (Éxodo 20:1-3)
5 Y Jehová descendió en la nube, y estuvo allí con él, proclamando el nombre de Jehová. 6 Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad. (Éxodo 34:5-6)
Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. (Hechos 2:21)
Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. 37 Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? 38 Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39 Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. 40 Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. 41 Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. (Hechos 2:36-41)
11 Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. 12 Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. (Hechos 4:11-12)
El bautismo queda así, como el acto de fe en el cual el creyente invoca el nombre de Jesucristo porque reconoce que sólo la gracia salvífica de Dios manifestada en su muerte y resurrección puede ofrecerle perdón de pecados. El bautismo es entonces una renuncia a las obras de la ley como mérito para salvación: es gracia vs obras de la ley. Es la declaración de fe que sólo Jesucristo, su muerte y resurrección nos salvan de todo pecado, sin las obras de la ley. Cuando los apóstoles entendieron esto, enseñaron con firmeza que no era necesaria la circuncisión para recibir el Espíritu Santo, ni para ser bautizado invocando el nombre de Jesús, pues eso sería presentar que el poder salvífico de Dios en Jesús estaba incompleto, que necesitaba de la circuncisión para poder ser eficaz salvíficamente; a esto ellos tuvieron que decir un rotundo no. El Espíritu Santo se los había revelado en el derramamiento en casa de Cornelio:
43 De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre. 44 Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso. 45 Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo. 46 Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios. 47 Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros? 48 Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús. Entonces le rogaron que se quedase por algunos días
El bautismo en el nombre de Jesucristo es la renuncia a todo mérito como medio de salvación. Más bien, el bautismo es acudir a los méritos de Jesucristo invocando su nombre por fe, en su muerte y resurrección, en arrepentimiento para perdón de pecados. Es reconocer que el poder salvífico está en Jesucristo, nombre sobre todo nombre, y no en nuestras obras, ni en ningún otro nombre. El bautismo en el nombre de Jesucristo es declarar por fe que él es el único fundamento de la salvación: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3:11). Por eso, la obra regeneradora del Espíritu Santo lleva a las personas a Cristo.
Al mismo pueblo de Israel le fue necesario pasar por un evento salvífico que Pablo lo califica como bautismo: el cruce del mar rojo. Él lo explica de la siguiente forma:
Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, (1 Corintios 10:1-2).
Por supuesto, Pablo sabe que la eficacia salvífica no estaba en el agua per se, sino en la presencia de Dios manifestada en la nube que los acompañaba al cruzar por en medio del agua, haciendo eficaz y milagrosa la salvación de Israel del ejército del Faraón. Así les daría una salvación extraordinaria que nada tendría que ver con sus fuerzas, ni méritos, sino con el poder salvífico de Dios y su misericordia para con su pueblo que cree en Él.
El Antiguo Testamento nos informa que Israel vio en este acto salvífico una gloriosa manifestación del poder del nombre de Jehová, nombre eterno, glorioso y perpetuo:
11 Pero se acordó de los días antiguos, de Moisés y de su pueblo, diciendo: ¿Dónde está el que les hizo subir del mar con el pastor de su rebaño? ¿Dónde el que puso en medio de él su santo espíritu, 12 el que los guio por la diestra de Moisés con el brazo de su gloria; el que dividió las aguas delante de ellos, haciéndose así nombre perpetuo, 13 el que los condujo por los abismos, como un caballo por el desierto, ¿sin que tropezaran? 14 El Espíritu de Jehová los pastoreó, como a una bestia que desciende al valle; así pastoreaste a tu pueblo, para hacerte nombre glorioso. (Isaías 63:11-14; énfasis mío)
El bautismo de Israel en la nube y en el mar, según la exégesis de Pablo, fue un acto salvífico de Dios, diseñado para que fuera un evento que le diera gloria eterna a Él, fama en toda la tierra y honor a su nombre glorioso vv.12,14. El cruce del mar rojo es uno de los eventos que muestran la evidencia de que la salvación se debe a la gracia, poder y misericordia salvífica de Dios. El cruce del mar rojo fue uno de los actos de fe que tuvo que realizar el pueblo de Israel para constituirse en pueblo de Dios en el Sinaí. El cruce del mar rojo le recordaba al pueblo de Israel que ya no pertenecían al Faraón, sino a Jehová, quién con su misericordia los salvó con mano fuerte y brazo extendido.
Es claro que en el Pentecostés, el bautismo fue diseñado por Dios para dar gloria y honor al nombre de Jesucristo. Para reconocerle que sólo en su poder y presencia divina se opera el perdón de los pecados al ser bautizados en su nombre. Y que de esta manera somos añadidos a la iglesia, constituidos por Él como el nuevo pueblo de Dios que conoce su nombre y lo lleva a las naciones.
García Cordero (1967) lo comenta de la siguiente manera:
Por eso habla de “ser bautizados en Moisés en la nube y en el mar” (εϊβ τον Μωϋσην έβαπτίσησαν εν τη νεφέλη και εν τη qalassaç , ν .”2), presentando esos dos hechos de estar bajo la nube y atravesar el mar cual si estuviesen insinuando el bautismo cristiano en sus dos elementos esenciales, el Espíritu Santo y el agua. Guiados por la nube, signo de la presencia y protección de Yahvé, y atravesando el mar, que los liberaba del dominio del faraón, los israelitas quedaron vinculados a Moisés, el caudillo elegido por Dios para mediador de la alianza que pensaba establecer (cf. Exo_19:3-8), lo mismo que por el bautismo los cristianos quedamos, aunque en más alto grado, vinculados a Cristo, el mediador de la nueva alianza
Extraordinario, verdad. Aún en el Sinaí, en la liberación de Egipto, los apóstoles vieron el bautismo que da gloria al nombre sobre todo nombre, al nombre del Jehová. La eficacia salvífica se debió a la presencia de Dios que llevó y acompañó a Israel a pasar en seco por el mar rojo para gloria de su nombre.
VI. El pentecostés, ministerio del Espíritu de justificación y vida vs Sinaí, ministerio de condenación y muerte grabado en piedras.
Si bien es cierto, el pentecostés era una fiesta judía llamada “fiesta de las cosechas”, una tradición rabínica afirmó posteriormente que en ese día Dios también había entregado la ley a Israel en el Sinaí y que se debía celebrar la promulgación de la ley, precisamente, en el día del pentecostés. De nueva cuenta García Cordero comenta sobre esto lo siguiente:
Esa fiesta de Pentecostés era una de las tres grandes fiestas judías llamadas de “peregrinación,” pues en ellas debían los israelitas peregrinar a Jerusalén para adorar a Dios en el único y verdadero templo que se había elegido. Las otras dos eran Pascua y los Tabernáculos. Estaba destinada a dar gracias a Dios por el final de la recolección, y en ella se le ofrecían los primeros panes de la nueva cosecha. Una tradición rabínica posterior añadió a este significado el de conmemoración de la promulgación de la Ley en el Sinaí; y, en este sentido, los Padres hablan muchas veces de que, así como la Ley mosaica se dio el día de Pentecostés, así la Ley nueva, que consiste principalmente en la gracia del Espíritu Santo y ha de sustituir a la Ley antigua, debía promulgarse en ese mismo día. Es posible que Lucas, comenzando precisamente por hacer notar la coincidencia del hecho cristiano con la fiesta judía, esté tratando ya de hacer resaltar la misma idea.
Ahora bien, es necesario resaltar que los mismos profetas habían profetizado acerca del día del Pentecostés, como un día establecido por Dios para realizar con su pueblo un nuevo pacto, derramar de su Espíritu y producir un nuevo corazón, que fue lo que no pudo producir la ley, y se convirtió en ministerio de muerte grabada en piedras, pues sólo condenaba al pecador. Así, algunos profetas como Ezequiel y Jeremías profetizaron el derramamiento del Espíritu y su obra regeneradora en el corazón de los creyentes de la siguiente manera:
24 Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país. 25 Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. 26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. (Ezequiel 36:24-27)
“Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios y ellos me serán por pueblo (Jeremías 31:33)
Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; Y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne (Ezequiel 11:19)
Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, Y sobre su corazón las escribiré; Y seré a ellos por Dios, Y ellos me serán a mí por pueblo (Hebreos 8:10)
Era claro para todos los apóstoles que el derramamiento del Espíritu Santo significaba la confirmación del nuevo pacto del Dios de Israel con su pueblo, y que esto fue lo dicho por los mismos profetas de Israel. La esperanza profética de que se levantara un pueblo obediente, fiel, santo, en servicio a Dios, fue que Dios mismo pusiera su Espíritu dentro de ellos, en la mente y en los corazones de cada Israelita. Visto así, la esperanza profética del derramamiento del Espíritu de Dios sobre su pueblo se convirtió en la esperanza de un verdadero avivamiento del pueblo de Dios sin precedente.
Pablo mismo interpretó así el Pentecostés, como un nuevo Sinaí, como el nuevo pacto de Dios con su pueblo, que es la iglesia, donde la manifestación misma de Dios en Espíritu hace posible un corazón y una mente nueva que regenera al creyente para servir, obedecer su palabra, vivir en santidad y adorar a Dios en una vida nueva y trasformada. Pablo lo explicó de la siguiente forma:
6 el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, más el espíritu vivifica. 7 Y si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual había de perecer, 8 ¿Cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu? 9 Porque si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación. (1 Corintios 3:6-9)
Como podemos ver, para Pablo, el Pentecostés es el ministerio del Espíritu, mientras que las tablas de la ley dadas en el Sinaí son el ministerio de muerte grabado en Piedras que nunca pudieron justificar, sino condenar a las personas. Así, sólo el Espíritu regenera el corazón y la mente de las personas para llevarlas a un encuentro con la gracia salvífica de Dios manifestada en Jesucristo. Eso fue, precisamente, lo que hizo el Espíritu desde el mismo día del Pentecostés, llevó inicialmente a una multitud a tener una nueva mente y un nuevo corazón. Por eso, por la obra del Espíritu Santo, esa multitud se sintió “compungida de corazón”, y por ello preguntaron ¿qué haremos?, y la respuesta del Espíritu Santo por boca de Pedro fue contundente “… arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros…”. El poder regenerador del Espíritu Santo llevó así a tres mil personas a bautizarse, invocando el nombre de Jesucristo para el perdón de los pecados.
No obstante, lo anterior, Pablo va aún más lejos en este pasaje, siguiendo la lectura del capítulo, en el versículo 17-18, Pablo llega a la afirmación teológica unicitaria siguiente:
17 Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. 18 Por eso, todos nosotros, ya sin el velo que nos cubría la cara, somos como un espejo que refleja la gloria del Señor; y vamos transformándonos en su misma imagen porque cada vez tenemos más de su gloria, y esto por la acción del Señor, que es el Espíritu. (2 Corintios 3:17-18; DHH 2002)
Extraordinaria afirmación, “el Señor es el Espíritu”, la conversión de Israel a Cristo sólo podrá suceder cuando sea quitado el velo que no les deja ver la gloria de Dios, y este velo sólo podrá ser quitado cuando se conviertan al Señor por el ministerio del Espíritu, pero, “el Señor es el Espíritu”, y donde está el Espíritu del Señor hay libertad (v.17).
Y aún más, Pablo afirma que ya sin el velo que cubría la cara, el creyente va creciendo en una trasformación extraordinaria a la misma imagen del Señor, y a reflejar como en un espejo la gloria de Dios, “y esto por la acción del Señor, que es el Espíritu” (v.18; DHH 2002).
Una vez que se reflexionan todas estas afirmaciones sobre la divinidad de Jesús, derivadas de la reflexión del derramamiento del Espíritu, o hechas en el día del Pentecostés, identificándolo como: “Señor y Cristo”, “Señor nuestro Dios”, “el Señor es el Espíritu”, “Jesús es el Señor”; y luego, las afirmaciones referentes al Espíritu Santo, calificándolo como la manifestación de la “morada de Dios en Espíritu”, no dejan lugar a dudas de la intencionalidad de mostrar la unicidad divina revelada el día del Pentecostés, y de esta forma asegurar que Jesucristo es la nueva manera de Dios de manifestar su divinidad a su pueblo en el nuevo pacto. Por eso Jesús es el Nombre sobre todo nombre, y todo el poder salvífico de Dios, se encuentra fundamentado en la gracia y misericordia divina manifestada en la muerte y resurrección de Jesús.
VII. La iglesia, portadora del nombre de Jesús a todas las naciones
Todo lo anterior muestra que el derramamiento del Espíritu Santo vino a poner un fundamento cristológico a la existencia de la iglesia, a revelar la importancia de la gracia de Dios manifestada en Jesucristo, en su muerte y resurrección; y a mostrar, entonces que la salvación y el perdón de los pecados sólo eran posibles en el nombre de Jesús. Pero, también vino a revelar la plena divinidad manifestada en Jesucristo, que es la presencia de Dios en Espíritu en medio de la iglesia, cabeza de la iglesia y fundamento de ella.
A medida que la iglesia va cobrando mayor conciencia de la autoridad y el poder del nombre de Jesucristo para salvación, se va dando cuenta también que ella es portadora, por el Espíritu Santo, de ese nombre para salvación a todas las demás naciones. Con esa conciencia de misión, Lucas nos narra que, en los distintos Pentecostés acontecidos en Jerusalén, en Samaria, en casa de Cornelio y en Éfeso, todos tienen en común que el derramamiento del Espíritu Santo siempre va acompañado con bautismos realizados en el nombre de Jesucristo. Estos derramamientos se convierten a su vez, cumplimiento del programa misionero de Jesús de que, partiendo de Jerusalén, se llegue hasta lo último de la tierra, dando testimonio de que sólo en su nombre hay salvación; misión que Lucas señala en su evangelio que fue el encargo que Cristo dio a sus discípulos:
“y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas. He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lucas 24:46-48).
Como se puede observar, para Lucas, tanto está escrito y fue necesario que Cristo muriera y resucitara, como también está escrito y es necesario que se predique en el nombre de Jesús el arrepentimiento y perdón de pecados en todas las naciones, partiendo de Jerusalén. Pero lo más asombroso es que Lucas subraya que el banderazo de arranque de esta misión sería precisamente el derramamiento del Espíritu Santo en Jerusalén, donde recibirían poder para testificar del poder salvífico del nombre de Jesús, hasta lo último de la tierra.
Por lo tanto, ejercen esa autoridad en el nombre de Jesús: sanan enfermos, resucitan muertos, levantan paralíticos, hacen milagros y maravillas, echan fuera demonios, etc., pero, sobre todo predican, como uno de los temas de mayor importancia, el poder salvífico del nombre de Jesús, fundamentada en su gracia manifestada en su muerte y resurrección de entre los muertos. Así, por ejemplo, en Hechos 4:9-12, Lucas vuelve a narrarnos un segundo sermón de Pedro, donde el apóstol de nueva cuenta subraya el poder del nombre de Jesús para salvación, utiliza expresiones que colocan el nombre de Jesús, como el Nombre sobre todo nombre, evocando así la revelación del nombre de Dios a Moisés en el Sinaí, sobre todo los versos 11 y 12:
9 Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste haya sido sanado, 10 sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano. 11 Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. 12 Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.
Numéricamente hablando no hay otro nombre, como el nombre de Jesús, en el que podamos ser salvos, y cualitativamente hablando, no hay otro nombre, diferente al nombre de Jesús, en el que podamos ser salvos. Así, pues, no hay nombre igual al de Jesús, o diferente al de él, que se pueda invocar para salvación. Jesús es la cabeza del ángulo, la piedra que le da tanto sostén, unidad, como hermosura al edificio que es la iglesia, el nuevo pueblo de Dios.
Conclusión
Sin duda alguna, Jesucristo es el fundamento de la iglesia, es el Señor y Cristo; es el Señor y Dios; es el Espíritu que trae libertad, trasformación y perdón de pecados, por eso a nadie más hay a quién ir “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3:11).
Jesús es el nombre con el que Dios ha querido manifestar todo su poder salvífico. El nombre con el que quiere que le conozcan en toda la tierra. Él quiere que toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, porque es la nueva manera en que Él es glorificado (Filipenses 2:11). Jesús es en quien Él quiso que habitara toda la plenitud de su divinidad (Colosenses 2:9). ¡Jesucristo es el Señor y Dios!
Muy cordialmente
* Eleuterio Uribe Villegas
Secretario de Educación Cristiana
Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo Jesús, IAFCJ
Sinaloa, México.
2015