Por Dr. Miguel Álvarez,
Iglesia de Dios Pentecostal EC (Guatemala)
Acá examinaremos los fundamentos que le dan forma a la hermenéutica pentecostal, la cual también es conocida como pneumática. La discusión se concentrará sobre las predisposiciones y presuposiciones que el intérprete pneumático acarrea cuando asume la tarea de interpretar el texto bíblico.Lo que mencionamos ofrece algunas variables independientes que deberán ser consideradas por el lector para poder estar de acuerdo en la discusión.
Entonces procedamos a debatir sobre algunas variables que intervienen en este estudio.
Es indudable que el movimiento del Espíritu Santo, a la pentecostal, ya ha permeado a la cristiandad entera. Lo cual equivale a decir que:
1) La experiencia carismática ha dejado de ser un fenómeno que ocurre solamente entre los pentecostales pues se ha expandido de tal modo que ya ocurre también en los otros movimientos cristianos. Por tal razón se podría concluir que la experiencia pentecostal es un fenómeno que ha llegado a ser parte de todo el cristianismo, en todas las regiones y confesiones de fe en nuestro mundo.
2) Por otro lado, esa expansión a todos los demás movimientos cristianos trae consigo una diversidad ineludible; es decir, cada cristiano que ha vivido la experiencia pentecostal ya tiene su propio trasfondo teológico y eclesial. Eso hace necesario el establecimiento de fundamentos teológicos y un método de interpretación adecuado que sirvan como marco conceptual a las diversas corrientes que forman parte del movimiento del Espíritu. Entre todos los movimientos carismáticos, el Pentecostalismo Clásico es el que posee una metodología teológica y hermenéutica adecuadas, dentro un marco eclesiológico sólido.
La primera pieza a observar, para examinar tales presuposiciones es el origen histórico de donde emerge el movimiento. La cuna de dónde surgió el Pentecostalismo Clásico fue primordialmente wesleyana e influenciada por el movimiento evangélico de santidad de aquella época. Ese era el marco teológico y eclesiológico que prevalecía en Norteamérica cuando dio inicio el Pentecostalismo Clásico. Tanto para Juan Wesley como para todos aquellos que llegaron a ser parte del movimiento de santidad, un verdadero cristiano estaría siempre marcado por dos cualidades inseparables—la santidad y la felicidad (Inge, 2002, 102-42).
Dentro del contexto Wesleyano, la santidad no es un estado que se logra por medio de la ausencia de pecado, sino por la consagración a Dios de todo corazón. El creyente alcanza esa condición de santidad cuando hace a un lado las afecciones y los intereses personales y decide someterse a la absoluta voluntad de Dios. Esta condición es la que genera el estado de ‘perfecto amor’ (Caswell y Bratton, 2014, 125). Para la escuela wesleyana, por lo tanto, una persona cuya norma de vida es la santidad, vive en amor y ha alcanzado la felicidad al perseverar en la voluntad de Dios. Esta es una obra de gracia provista por la voluntad soberana del Espíritu Santo, la cual más tarde se convertiría en el fundamento teológico para la subsecuente llenura o bautismo con el Espíritu Santo, según lo enseña el Pentecostalismo Clásico. Luego entonces, ese énfasis en la santificación se convirtió más tarde en el distintivo principal del movimiento Wesleyano, que serviría como fundamento para la ‘experiencia pentecostal’ que ocurriría años después.
Ese trasfondo que también se ha conocido como Metodista-wesleyano afectó a gran parte del pentecostalismo clásico y por ende su teología y su hermenéutica. Los enunciados éticos del pentecostalismo proponen una santidad que no es necesariamente ascética, sin embargo, enfatizan que para permanecer en el estado de santidad el creyente debe someter el corazón y la carne a la voluntad del Espíritu Santo en forma total. Esa condición de vida transforma al cristiano por completo, en una persona feliz y más productiva. Por consiguiente, esa condición de santidad genera un estado de amor, el cual impele al creyente a convertirse en un evangelista activo, apasionado por el amor de Dios (Owen, 1998, xv). Todo este debate ocurrió al final del siglo XIX y sirvió como base para que los primeros pentecostales justificaran su experiencia y la definieran como la ‘tercera obra de gracia’ del Espíritu Santo, en la vida del creyente.
Los pentecostales clásicos, afirman que el bautismo con el Espíritu Santo ocurre subsecuentemente a la limpieza de corazón. Esto último fue lo que originó la doctrina de la ‘subsecuencia’ (Chan, 2000, 85), a la cual más tarde le añadirían la doctrina de la ‘evidencia inicial’ (Macchia, 1998, 149-73). Esta se origina con la explicación teológica de la glosolalia, que en Topeka, Kansas, fue identificada como la evidencia inicial del bautismo con el Espíritu Santo McGee, 2008, 15). Todo este marco histórico es importante en la formación académica de la hermenéutica y el método de interpretación pneumatológicos.
Las tendencias hermenéuticas y la teología de Wesley en el siglo XVIII son decisivas para el estudio y entendimiento de la hermenéutica pneumática. Con respecto a este asunto, Wayne McCown fue capaz de identificar cuatro principios que fueron determinantes en el marco teológico de Juan Wesley: (1) El método de predicación de Wesley incluida la lectura de pasajes largos y enteros de la Escritura. Wesley mismo se convirtió en una Biblia viviente pues había memorizado trozos completos de la Biblia. Su pensamiento, lenguaje y expresión se mezclaban con el léxico bíblico. La forma en que Wesley se refería a la Escritura demostraba su pasión por el texto, de tal manera que su discurso mismo fue transformado por el poder de la Palabra. (2) Para Wesley el estudio de la Palabra no era meramente un ejercicio académico sino una experiencia devocional fortalecida por el poder de la oración. (3) Wesley creía que la Biblia era la fuente primaria que le daba autoridad a la doctrina que enseñaba y esta era la que nutría sus escritos y su predicación. (4) Finalmente, Wesley consideraba que la aplicación práctica del mensaje de la Palabra era una conclusión necesaria en la tarea hermenéutica (McCown y Massey, eds., 1982, 3-6). Así que, para Wesley, el propósito del estudio de la Palabra era entender la voluntad de Dios y luego actuar sobre la base de ese entendimiento. Esa fuerte afirmación de la autoridad bíblica para la formulación doctrinal y la respuesta recibida por la aplicación práctica de esta sirvió como el fundamento sobre el cual los creyentes basaran su pensamiento más tarde.
El Movimiento de Santidad también ejerció una influencia decisiva sobre la hermenéutica y la teología del Espíritu. Las enseñanzas de la santidad del siglo XIX, que también había establecido su teología sobre el pensamiento de Wesley, formuló un patrón de pensamiento y agenda teológica que más tarde sería debidamente elaborada por teólogos del movimiento del Espíritu. Richard Dalton reconoció ese proceso: El reconocimiento manifestado por autores reconocidos del siglo XIX, sobre la verdad del bautismo del Espíritu Santo subsecuente a la regeneración contribuye más a la aceptación de las enseñanzas pentecostales, que a la aceptación de las enseñanzas mismas que éstos trataban de implementar al comienzo del siglo XX. Dwight L. Moody, R. A. Torrey, A. J. Gordon, Andrew Murray, James Elder Cumming y C. R. Vaughan, todos ellos escribiendo antes del año 1900 también coincidieron en sus posiciones doctrinales en relación con la experiencia espiritual, conocida como el bautismo con el Espíritu Santo subsecuente a la regeneración. Todos ellos se refirieron a la experiencia como decisiva y estuvieron de acuerdo en que su propósito era infundir poder en el creyente para el servicio cristiano (Dalton, 1973, 3-9).
Obviamente estos autores vieron que la oportunidad había sido brindada a cada creyente para participar de una experiencia espiritual especial que toma lugar después de la regeneración. Aunque dos de esos predicadores de la santidad, Torrey y Murray, más tarde escribieron que el hablar en lenguas no era la evidencia inicial física después de la de la regeneración, sin embargo, proveyeron el terreno sobre el cual se fundamentó y desarrolló la teología pentecostal del bautismo con el Espíritu Santo subsecuente a la regeneración (Dalton, 1978, 8). Tales enseñanzas sirvieron de base para que posteriormente se iniciara el sistema de interpretación pneumática.